Un espacio de escritura y expresión de mi misma

capitulo 1 el virus bendita maldición

Capitulo 1 – El Virus Bendita Maldición

Capitulo 1 – El Virus Bendita Maldición

Un niño camina entre los muertos tocando con su tambor una lúgubre melodía, despierto y descubro que el ritmo lo marca la lluvia que cae sobre el techo de mi habitación, su insistente sonido fue el que se coló en el sueño que me atormentó toda la noche y logró por fin rescatarme de él.

Me quedé dormida leyendo un libro, uno de los muchos que se acumulan en mi mesa de noche como única compañía. Leer distrae mi mente, si me dedico a pensar me desvelo dándole vueltas al mismo asunto, una y otra vez.

Olvidé cerrar las persianas, ondulantes hilos de agua se deslizan y entrecruzan de manera caprichosa sobre el cristal de la ventana y terminan por formar lo que parece  una cortina de filigrana, qué bello amanecer.

Quiero dormir otro rato ¿y ese olor?… ah ya sé, la cafetera se encendió, son las siete, tengo que levantarme.

Bajo a la cocina, me sirvo un café y prendo un cigarrillo, la lluvia termina de repente como si alguien, allá arriba, hubiera cerrado una llave, la mañana se despeja y puedo ver como la luz del sol se desliza por el jardín llenando de color cada objeto que alcanza con su reflejo.

Desayuno, me arreglo y hago todo lo que tengo pendiente esta mañana, termino y miro el reloj, apenas son las diez.

Hoy las horas van a paso lento frenadas por la sensación de que algo va a pasar, desde que desperté mi intuición me dice que no será un día normal.

No puedo concentrarme, paso de una tarea a otra sin terminar ninguna, siento remordimiento pero no lo puedo evitar.  Los segundos, tic, tac, tic, tac, caen en el desagüe del tiempo y se pierden para siempre, la tarde se agota.

Le doy vueltas a una taza de café entre mis manos, intento retomar el hilo de lo que estoy escribiendo, por fin las palabras fluyen a mis dedos y estos comienzan a deslizarse por el teclado… no lo puedo creer, toda la tarde esperando un toque de inspiración y ahora el timbre de la puerta está sonando ¿Quién será?

Un muchacho con una mochila colgada al hombro me observa desde el antejardín, tiene la ropa sucia y arrugada, se ve cansado. Su cara me es familiar, pero no logro identificarlo hasta que sonríe y dice:

Hola tía, soy yo… Lucas, ¿me voy dos años y me olvidas?

Me abraza con efusividad y entra en la casa sin que lo invite.

¡No lo puedo creer, has crecido mucho, casi no te reconozco!

Lo sigo hasta la sala, despacio, para ver si esa pausa me permite acostumbrarme a su nueva apariencia, la última vez que lo vi fue hace como dos años, cuando todavía era un niño.

Ahora que lo observo con más atención sigue siendo el mismo muchachito moreno de pelo negro y crespo, aunque ahora lo lleva más largo, y cómo olvidar sus enormes ojos pardos y esa hermosa sonrisa.

Si, es Lucas, pero no puedo evitar sentirme  insegura y hasta tímida frente a este hombre en el que se ha convertido .

Oye ¿y tus papás? ¿No vinieron contigo?

¿Qué dije? ¿Por qué se pone así? la sonrisa se le congela en los labios, agacha la cabeza y se sume en un incómodo silencio que no sé cómo romper. ¿Qué hago? veo la foto de Arturo y su familia, la que está sobre la mesa auxiliar junto al teléfono.

Los he extrañado mucho, sobre todo los domingos, ¿te acuerdas que almorzábamos juntos y después jugábamos parqués hasta tarde? –  aunque su respuesta es sólo una sonrisa triste,  me basta esa señal para acercarme, me levanto de la poltrona y me siento a  su lado en el sofá, le acaricio la cabeza y lo abrazo.

¿Qué le pasa a Lucas?  El llanto  inunda sus ojos y se desborda en dos lágrimas enormes, necesito averiguar qué pasó. Insisto:

Te pregunté por tus papás ¿Dónde están? — Silencio.

¡Oye contéstame, te estoy haciendo la misma pregunta desde que llegaste! —su terco silencio termina por  impacientarme, voy al estudio y traigo el celular — voy a llamar a tu papá, yo misma puedo averiguarlo.

“Este es el celular de Arturo Echandía, por favor deje su mensaje, ahora no puedo atender su llamada”

¡Arturo, soy Rebeca! Lucas está acá conmigo, en mi casa,  pero no sé nada de ustedes, por favor llámame apenas oigas este mensaje, es urgente.

El celular de Adriana ni siquiera da tono, ¿a quién más puedo llamar? Aparte de ellos no conozco a nadie en San Pedro de la Paz.

Reviso mis contactos para ver a quién más puedo acudir, de pronto Lucas se levanta, coge su mochila y me manda un beso con la mano, intento seguirlo pero en ese momento suena el teléfono, es uno de mis alumnos, trato de cortar la llamada pero no puedo hacerlo sin ser grosera, así que lo atiendo, por fin cuelga.

Necesito hablar con Lucas, esta situación no es nada normal: ellos viven en el Putumayo, Arturo jamás le hubiera dado permiso para venir solo, abro la puerta y lo encuentro dormido, se acostó vestido sobre las cobijas y el sueño lo venció… o finge que duerme para evitar mis preguntas.

¿Por qué llegó solo a mi casa? ¿Se escapó, peleó con sus papás, está metido en problemas? ¡Algo muy raro está pasando!

No puedo dormir, de tanto pensar estoy confundiendo  la realidad con los sueños y mi angustia crece cada vez más.

No estoy despierta, tampoco dormida, mi mente se balancea justo en el límite de la somnolencia, llevo un rato tratando  de callar mi mente y de serenarme para poder hacer un análisis objetivo de la situación.

La puerta se abre, es Lucas, cierro los ojos, no sé por qué de pronto quiero aplazar las preguntas, dejarlas sin respuesta, no saber.

Se sienta en el borde de la cama, puedo sentir sobre mí la intensidad de su mirada que me obliga por fin a abrir los ojos, al verme despierta se acurruca a mi lado y se rinde, me abraza y llora, llora y sigue llorando por un buen rato, quiero consolarlo, pero sin conocer  la causa de su infinita tristeza no sé cómo.

Ay tía, no sé cómo decirte esto…

¿Decirme qué? ¿Qué es lo que te pasa? —Sus palabras se clavan como agujas diminutas en cada uno de mis poros.

Mi papá y mi mamá están muertos.

Una corriente helada sube por todo mi cuerpo desde los pies, me oprime el estómago, congela mi corazón y me cierra los pulmones, me invade una sensación de desesperación, de angustia y de rabia que no puedo controlar.

Ahora soy yo la que lloro sin poder parar, Arturo y Adriana no pueden estar muertos, reconozco en los ojos de Lucas esa mirada desamparada de los que se  quedan solos en la vida, por fin entiendo la causa de su inmenso dolor, lo abrazo y lo dejo que llore conmigo, que desate el nudo con el que había amarrado sus emociones, ¿por qué esperó tanto para decírmelo?

Su llanto se va suavizando, se convierte en una serie de suspiros ahogados y luego en una respiración acompasada y serena.

El mío sigue su ritmo hasta que por fin logro calmarme, le acaricio la cabeza y me armo de valor para preguntarle los detalles… está dormido, se durmió aliviado por el desahogo, arropado por mis lágrimas y seguro de nuevo bajo mi protección.

No puedo dormir, me levanto con cuidado para no despertarlo, lo abrigo y bajo a la cocina para preparar un café, miro la hora en el microondas, son las cuatro y media de la mañana.

Un café, un vaso con agua, la primera media hora y las forzosas preguntas.

Otro café, otro vaso con agua, media hora más y mi ansiedad cada vez mayor.

Las seis y todavía no sé qué hacer, trato de organizar una agenda de acción, yo, que con tanto esfuerzo me he entrenado para no planear casi nada.

No puedo dejar de pensar en todo lo que tengo que hacer y en  las decisiones que debo tomar: hay dos cuerpos por enterrar, necesito organizar un funeral, ¿los traemos, los enterramos allá?, tengo que llamar a la familia y a los amigos para darles la noticia, ¿habrá funeraria en San Pedro de la Paz? ¿Cómo se traen unos cuerpos en avión?

No, son demasiadas cosas, estoy cansada, no he dormido nada y me estoy muriendo de tristeza.

Las seis y media y yo todavía sin poder decidirme entre lo urgente y lo importante, algo  sencillo si supiera, de todo lo que tengo en mi cabeza, qué es lo uno y qué es lo otro.

Ahora que lo pienso, ese sueño fue el que me hizo presentir que algo estaba por suceder: iba caminando por una ciudad gris y silenciosa, por todas partes había personas con la piel herida, sangrando ¿eran sobrevivientes de un desastre o cadáveres sin enterrar?

Los que aun se movían estaban ciegos, caminaban sin rumbo y en sus ojos no había vida, gemían y lloraban desconsolados, algunos tropezaban con los muertos tirados como muñecos de trapo por las calles.

Yo sólo corría, como si corriendo pudiera escapar de la pesadilla, corrí toda la noche hasta que por fin  giré en una esquina y el niño del tambor apareció para salvarme.

Si, qué sueño tan horrible, por eso desperté feliz, abrir los ojos fue como dormirme en esa espantosa realidad y entrar en el sueño de mi vida, el alivio que sentí fue sólo una pausa, un espacio de tiempo, que sin saberlo, me estaba preparando para esta  pesadilla que ahora trato de asimilar.

¿Un carro a esta hora y en la entrada trasera? ¿Quién será?— me asomo a la ventana aliviada por la posibilidad de compartir mi confusión con quien sea, es Ricardo.

Miro  mi reflejo en el vidrio de la puerta corrediza de la cocina, debo estar horrible, la pijama que tengo puesta, de cuadros rosados y azules es bonita y se me ve bien, el pelo está suelto y un poco despeinado pero eso es normal en mi, tengo ojeras y los ojos muy hinchados pero ni modo.

Ricardo, qué bueno verte — su abrazo me hace sentir apoyada y por fin me permito llorar con toda el alma.

¿Qué te pasó? ¿Qué tienes? —  sus manos acarician mi espalda y logran consolarme, después de llorar un rato me calmo y entramos – ¿un café? – acerca una silla a la barra de la cocina y con el café en sus manos me interroga con la mirada.

Es Lucas, mi sobrino, llegó anoche…  – tengo que calmarme o si no voy a llorar cada vez que toque el tema

¿Y Arturo? ¿No vino con él?

No, llegó solo, no te imaginas lo qué pasó, es terrible

¿Qué pasó?, espero que no tenga que ver con… no traigo buenas noticias, por eso vengo a esta hora.

¿Ya sabes lo de Arturo?

No, a eso vine, a preguntarte por él

Por eso, algo tienes que saber o si no ¿por qué vienes a esta hora?

¡Ya, Rebeca no más! dime de una vez por todas que carajos está pasando.

Bueno está bien, pero no me hables así…es que… Arturo y Adriana están muertos, por eso Lucas vino a buscarme.

No puedo creer la frialdad con la que lo digo, Ricardo se agarra la cabeza, pasa  los dedos por el pelo y sus manos se tensan sobre la nuca, no dice nada pero puedo ver como sus ojos se humedecen y al cerrarlos las lagrimas corren por su cara, no es para menos, eran muy amigos, fue por Arturo que lo conocí.

Hace cinco años de eso, fue en el funeral de Alejandro, Ricardo llegó y se acercó a saludar a Arturo, como no conocía a nadie se quedó con nosotros, cuando me saludó pensé que era el hombre más bello que había conocido, hasta me sentí mal, una vocecita interior me decía  – por Dios Rebeca, acabas de enviudar – pero yo sólo veía esos ojos grises y esa sonrisa; recuerdo perfectamente cómo estaba vestido: jeans, chaqueta de pana y botas de trabajo, su ropa tan poco apropiada para un funeral, a mi me pareció perfecta, me encantó su desparpajo, su pelo largo… era auténtico, tan él mismo que jamás podría desentonar en ninguna parte, si,  lo conocí el día en que estaba enterrando al que fue  mi marido por quince años y me hizo sentir cosas por las que aún me siento culpable.

Ese día salimos a fumar y yo, que siempre hablo hasta por los codos, no sabía que decir, me dediqué a observarlos,  mi hermano no se quedaba atrás, era un tipo muy atractivo, mis amigas iban a la casa sólo para verlo.

Dios mío,  ya no lo veré más, ya nunca volverá a chuzarme los gorditos de la espalda ni a hacerme cosquillas, tampoco se burlará más de mis rarezas hasta verme furiosa, le encantaba hacerme rabiar, la voz de Ricardo me trae de regreso de la nostalgia.

Anoche abrí mi correo y encontré un montón de mails, todos de Fueldenk —me ofrece un cigarrillo, prende el suyo y el mío y sigue—  algunos de sus ingenieros estuvieron en San Pedro de la Paz probando unos equipos, cada uno de ellos regresó a su lugar de trabajo hace una semana y ayer murieron.

No puede ser…o sea que lo que mató a Arturo y Adriana los mató a ellos también ¿Es contagioso? ¿Qué te dijeron?

Ni idea, para eso me escribieron, querían saber si hay algún brote infeccioso en el Putumayo o acá en el país, pero no hay alertas, al Instituto no ha llegado ningún informe de esa región,  hice lo único que podía hacer, los forenses salieron esta mañana para esos campamentos.

¿Pero estuvieron enfermos, tuvieron algún síntoma?

Nada fuera de lo normal, simplemente se acostaron a dormir y no se despertaron, es un misterio, por eso vine a preguntarte por Arturo… ¿Lucas te dijo algo?

No hubo tiempo, entró a mi cuarto, se puso a llorar y me soltó la noticia así de repente, te podrás imaginar cómo quedé, lloré como loca un rato, cuando por fin reaccioné y quise preguntarle qué había pasado ya estaba dormido y no quise molestarlo, se veía tan cansado, por eso estoy acá tan temprano, no podía dormir.

Si, te entiendo, pero lo vas a tener que despertar, es muy importante saber qué pasó, si estaban enfermos, cualquier cosa puede ser una pista, lo que está pasando me desconcierta, una persona no puede morir así, de un momento a otro, sin síntomas, sin un malestar, es muy raro.

No puede ser ¿Ricardo Eslava desconcertado? si uno de los mejores biólogos moleculares del país, no sabe qué hacer en este momento, entonces ¿quién?

En realidad  no nos parecemos en nada, el lente con el que cada cual mira la vida es muy distinto, aunque en estos momento no sé que hubiera sido de mi sin su apoyo, cuando llegó estaba a punto de derrumbarme, confundida con todo lo que tengo que hacer y llena de miedo… lo había olvidado, no, no quiero pensar en eso, pero tengo que hacerlo.

Ricardo – levanta la vista del computador –  ¿Qué voy a hacer con Arturo y Adriana? No tengo ni idea de esos trámites ¿tengo que traer los cuerpos? ¿Cómo los traigo? O ¿será mejor enterrarlos allá? – ay no, no más llanto, tengo que ser fuerte, tengo que afrontarlo – perdón, es que de verdad no sé qué hacer.

Tranquila, justamente estaba en eso, informándole  a los de  Fueldenk de la muerte de Arturo, me preguntan si hubo más casos, ¿te das cuenta? por eso es tan urgente hablar con Lucas.

En cuanto a los cuerpos, ellos se hacen cargo de todo, entenderás que tenemos que esperar, hay que hacer autopsias, determinar qué fue lo que los mató, no podemos enterrarlos o cremarlos hasta que se completen algunos trámites – no puedo parar de llorar, abrázame por favor, parece que me lee la mente, ahí viene – ven acá, ya deja de preocuparte por eso, mejor despertemos a Lucas y hablemos con él, eso sí es urgente – Lucas, otro tema que me preocupa, tengo que mostrarle fortaleza aunque me sienta tan desamparada como él.

Ahí está, acaba de aparecer en la puerta de la cocina como si mi temor lo hubiera convocado, ya se bañó y está vestido, se acerca y me da un beso,  es más alto que Arturo, yo diría que es demasiado grande para su edad, con todo lo que pasó anoche no me di cuenta de lo mucho que se parece a mi hermano.

Hola amor, ven, quiero presentarte a alguien.

Hola – se queda mirando a Ricardo como tratando de recordar dónde lo había visto antes – yo te conozco

Si, claro que me conoces, soy Ricardo Eslava,… amigo de tu papá

Ah sí, ya me acuerdo, te vi varias veces en mi casa, me imagino que mi tía ya te contó

Si, de verdad lo siento – le da unas palmadas en la espalda, con esa fingida indiferencia tan usual entre los hombres y lo invita a sentarse con él en la barra –  pero… es mucho más grave de lo que parece.

¿Cómo así?

Tus papás no son los únicos.

Sí, ya sabía

¿Ya sabías? Si yo me enteré apenas anoche

Yo los vi, todos los papás del conjunto están muertos.

Se me eriza la piel y comienzo a temblar, volteo a mirar a Ricardo para ver su reacción, está pálido, tiene los ojos muy abiertos y su boca está tratando de modular una pregunta que al parecer no logra organizar, una pregunta cuya respuesta no quiero escuchar, cuando por fin logra hablar lo que dice no es lo que yo esperaba, ignora la última frase de Lucas y le aclara:

Cuando dije que había más muertos, no hablaba ni de tus papás, ni de San Pedro, sino de otras personas, en otros lugares, por eso es tan importante que nos cuentes todo lo que pasó.

Espera un momento, quieres decir que… no, no entiendo nada, ¿Otras personas? ¿Dónde?— es obvio que Lucas no termina de asimilar lo que acaba de decir Ricardo

¿Recuerdas que hace unos días estuvieron unos ingenieros extranjeros en San Pedro?

Sí, pero eso fue hace tiempo, ¿por qué?

Ellos también murieron

¿Cómo supiste?

Recibí un mail de Fueldenk avisándome, pero dime algo ¿Tus papás se sintieron mal, se quejaron, los notaste enfermos?

Nada, la noche anterior se veían bien, igual que siempre, es más, cuando llegué estaban en la terraza tomando vino y hablando, se acostaron tarde.

Ya, y ¿Cuándo te diste cuenta de que…?

Ayer por la mañana, me desperté como a las nueve, se me hizo raro que no se hubieran levantado, fui a buscarlos y estaban dormidos, los llamé pero no se despertaron, cuando toqué a mi mamá me asusté mucho, estaba fría y muy pálida, mi papá también, les busqué el pulso, nada, puse mi oído en la nariz de mi mamá, nada, me desesperé, la cogí por los hombros y la sacudí, pero no reaccionó, se me pasaron mil cosas por la cabeza, lo único que no se me ocurrió fue que estuvieran muertos.

¿Y qué hiciste?— no puedo ni imaginar lo que debió sentir Lucas cuando por fin entendió  lo que estaba pasando.

Cogí el celular de mi papá y marqué al número de emergencia de la petrolera, no contestaron, entonces salí corriendo para la casa de Valeria que está al lado de la mía, me abrió llorando “iba para tu casa, mis papás están como muertos, dile a tu papá que venga”. ¿Quién ayudaba a quién si estábamos en las mismas?

¿Cuántos fueron?

Ya te dije….todos los papás del conjunto.

Sí, yo sé, pero ¿Cuántos fueron?

Como treinta, más o menos, no sé exactamente

¿Y los niños están bien?

Sí, todos bien, por lo menos no están enfermos.

No,  imagino que tuvo que ser terrible ¿Cómo se dieron cuenta? ¿Qué hicieron? pobres niños,  se van a dormir en una vida casi perfecta y despiertan con sus papás muertos, solos, asustados y sin apoyo.

Entramos con Valeria  a su casa y revisamos los cuerpos de sus papás, estaban muertos y se veían igual a los míos,  ya no podía seguir engañándome, decidimos ir a la casa de Mateo a buscar ayuda, en el camino fue que nos dimos cuenta de que era mucho más grave de lo que pensábamos.

En la cuadra siguiente oímos que lloraban y gritaban,  entramos a  la casa y encontramos a un bebe tratando de despertar a su mamá, lo alzamos, los consolamos y como no podíamos dejarlo solo, con sus papás muertos, lo llevamos con nosotros, de ahí en adelante tuvimos que ir de casa en casa, entrar, calmar a los niños, sacarlos de allí y hacernos cargo de ellos, nadie más podía hacerlo, teníamos que hacer algo, y eso fue lo que hicimos.

Así es, cuando algo sucede tan de repente  no hay tiempo para hacer preguntas o para lamentarse, el instinto se despierta y actúa, se sacan fuerzas de alguna parte y  una voz guía da instrucciones.

Ese algo, que no sé cómo llamar, está ahí, en el interior de cada uno, es como una flecha siempre puesta sobre un arco,  cuando la desgracia lo tensa sólo queda disparar y después apuntar, si se puede, para corregir la trayectoria del disparo.

Me sorprendió la fortaleza de Valeria, reunió y trató de calmar a las otras niñas, les dijo que no se podían derrumbar porque esos niños las necesitaban, los llevaron al salón comunal, recogieron leche, pañales, teteros, ropa, cobijas, todo lo que necesitaban y se hicieron cargo de ellos, fue increíble, de un momento a otro se convirtieron en mamás, ahora sé que lo del instinto maternal de las mujeres es en serio.

¿Ningún adulto sobrevivió? – Ricardo no puede quedarse quieto,  se levanta, va a la cocina, llena un vaso con agua, vuelve a su lugar, se queda cinco segundos sentado y repite todo de nuevo.

Si claro, a los trabajadores del conjunto no les pasó nada.

¿Cómo así? … — la pierna derecha de Ricardo se balancea de arriba hacia abajo, como si siguiera el ritmo de una canción sin sonido, está nervioso— pensé que afectaba a todos los adultos….

Yo creía lo mismo, pero se me ocurrió llamar a la portería y me contestó Pedro.

¿Pedro? ¿Usted está bien?

Si joven ¿por qué?

No, por nada, oiga ¿ha visto a algún ingeniero por ahí? —

No, no ha salido nadie, el salón comunal está lleno de niños ¿Dónde están las mamás? Si salieron fue antes de que yo recibiera el turno ¿será que pasó algo en el pozo?

Si Pedro, pasó algo pero acá y es muy grave ¿Puede llamar al centro médico desde ahí?—

Sí, pero qué pasó—

Hombre, que llame al centro médico y al que le conteste dígale que hay una emergencia en mi casa, que  vengan urgente—

Si es tan urgente mejor le digo a Martín que vaya volado hasta allá—

¿Martín está trabajando?—

Si, en la puerta de los carros como siempre—

¿Quién más está por ahí?—

Jorge está podando y Gregorio tratando la piscina. ¿Por qué?—

Dígales que vengan a mi casa y no se le olvide llamar al centro médico por favor.

Por eso, el celador, el portero, el jardinero y el de la piscina están vivos ¿por qué? – Ricardo tiene razón, algo no cuadra, veo que toma nota de este detalle y resalta el texto.

No sé, pero nos ayudaron mucho, sacaron los cuerpos de las casas y se los llevaron al centro médico, cuando terminamos con eso me puse a pensar qué más hacer, hablé con Mateo y con Simón y decidimos llamar a Jerónimo y pedirle ayuda.

¿Jerónimo?—

Un amigo del colegio, llegó como media hora después  con su papá.

¿Con el papá? ¿Él sabía lo que estaba pasando? ¿No le dio miedo contagiarse? yo no hubiera entrado ni loco, por lo menos no sin tomar precauciones.

Sí, me imagino— Lucas remata su frase con una risita burlona.

Es obvio, no tengo la menor intención de morirme…. Perdón, se me salió—Cae en la cuenta de su inoportuno comentario.

Tranquilo, ¿les sigo contando o qué?

Si dale

Lo primero que hice fue preguntarles si sabían qué estaba pasando, no me respondieron, después les dije que teníamos que pedir ayuda a Orito, el único servicio médico cercano era el del conjunto y los médicos también estaban muertos.

¿Los médicos? Pero dijiste que al personal no le había pasado nada.

Sí, pero a los dos médicos los encontraron muertos en su casa.

Qué enredo  —Ricardo saca un cigarrillo de su chaqueta y se va para la cocina, lo prende, se apoya en la barra y abre la puerta corrediza para que el humo salga, desde allá puede seguir escuchando, me muero por uno pero no quiero dejar a Lucas solo en la sala.

Eso es lo que me tiene desconcertada, lo primero que uno piensa es que es un virus, pero en el mismo lugar hay otras personas que están sanas, todos los niños y algunos adultos, ¿Qué tienen en común esos adultos que siguen sanos?

Que son del pueblo— me parece que Lucas lo dice sin pensarlo, pero hace reaccionar a Ricardo.

Eso es, ¿los médicos no eran del pueblo?

No, ellos fueron a hacer el rural.

¿Y el personal es de  allá?

Sí, viven en el pueblo, hacen los trabajos que no tienen que ver con el petróleo.

Ricardo apaga el cigarrillo, corre al sofá y coge el computador—Sólo los adultos que no son nativos enfermaron. — anota lo que dice.

Jerónimo y su papá ya estaban ahí, después llegó más gente del pueblo,  yo lo único que quería era salir de allá y como nadie me ponía atención no esperé más, me fui para la casa, metí ropa en una mochila, le saqué a mi papá la plata y la tarjeta débito de la billetera, cogí mi celular.

No me despedí de nadie, fui al puerto y contraté un cayuco que me llevara hasta Orito, apenas desembarqué fui a la estación de policía, quería hablar con el comandante:

Está muy ocupado, vuelva más tarde – me respondió una agente sin mirarme —

Dígale que es urgente señorita —

Señorita no, subintendente Medina—

Perdón, subintendente Medina, ¿puede decirle al comandante que vengo de San Pedro de la Paz, que está pasando algo muy grave y que necesito que me atienda ya?—

No, no puedo, el comandante tiene una visita oficial de la Gobernación y hoy no atiende a nadie.

Vieja hijue…. – le abro los ojos para impedir que complete la palabrota – no había nadie más por ahí y ella ya me había dejado muy claro que no le importaba lo que tenía que decir.

Me fui para el hospital y les conté pero no me creyeron, bueno… mi actitud no ayudó mucho, lo que hice fue ponerme a llorar y a gritar como un loco, me imagino que creyeron que estaba drogado o borracho, al final me dijeron que iban a mandar a alguien a investigar, creo que fue lo único que se les ocurrió para que yo me fuera, no sé si al fin lo hicieron.

Imposible que no te hayan creído o por lo menos que no hayan tratado de averiguar si era cierto lo que decías.

No sé, salí de allá sin saber qué hacer, fue cuando se me ocurrió venirme para acá, me fui derecho para el aeropuerto, no me quisieron vender el pasaje, me metí en la fila de los que iban a viajar y esperé, apenas el vigilante se descuidó pasé la puerta, me faltaba entrar al avión, hice lo mismo, apenas pude entré, me senté, me hice el dormido… y acá estoy.

¿Viajaste sin tiquete, colado en un avión?— eso confirma mi teoría,  la necesidad es la madre de la creatividad.

Tenía que hacerlo – de pronto Lucas parece recordar qué fue lo que lo trajo a mi casa y ese recuerdo hace que se levante, suba el tono de voz y se llene de un repentino afán que lo obliga a ir y venir por la sala –  a eso vine, a buscar ayuda, tenemos que ir a San Pedro, es la única forma de saber qué pasó y de evitar que siga pasando.

Cálmate Lucas. —Ricardo lo sigue de lado a lado de la habitación—algo vamos a hacer.

Necesito volver, sus cuerpos están allá tirados, todo pasó tan rápido, quiero verlos, tocarlos, yo sé que están muertos, pero no quiero dejarlos ir sin decirles cuanto los quiero y cuanto los voy a extrañar…—no puede seguir, su dolor multiplica el mío, sus palabras penetran en mi mente como un recordatorio que me hace doler el estomago, Ricardo le responde:

Te entiendo, ya me hice cargo de eso, el Instituto de Medicina Legal del Putumayo ya envió a los forenses a recoger los cuerpos y si nos apuramos, podemos llegar a Orito al mismo tiempo que ellos.

¿Vamos a ir a Orito?— si lo que mató a todas esas personas es un virus o algo contagioso… no lo había pensado — ¿Cómo se supone que vamos a viajar?  no sabemos qué es y no podemos correr el riesgo,  ya Lucas viajó en avión y si es un virus o algo así lo dejó por ahí regado y lo más seguro es que nosotros también estemos contagiados.

Creo que Ricardo acaba de unir todos los puntos para llegar a la misma conclusión y más que preocupado se ve asustado, no vamos a San Pedro sólo para averiguar lo que pasa, este viaje  en un asunto de supervivencia, si estamos contagiados el tiempo corre en contra nuestra, es un hecho, me lo dice la expresión de su mirada y me lo confirma el afán repentino que se apodera de él.

No sé cómo, pero tenemos que ir —

Creo que el estomago de Lucas no ha entendido la  gravedad del asunto

Me muero de hambre ¿desayunamos y después decidimos qué hacer?

Desayunen ustedes, tengo que hacer unas llamadas—Ricardo salé al jardín a fumar sin dejar de hablar por teléfono, lo observo desde la cocina, creo que las noticias que recibe no son buenas.

La comida no me pasa de la garganta, todavía estoy en pijama, tengo que  vestirme ¿Qué me pongo? ¿Este jean? ¿Camisa café o gris?

La vida es un caos,  nos reta y nos exige sin avisarnos qué desafío nos pondrá  en el siguiente paso del camino.

Apenas ayer estaba acomodada en mi confortable rutina y ahora veo el rostro de la muerte en el espejo,  me invita con una mueca a salir de mis límites, a disparar la flecha sin apuntar al blanco en un intento desesperado por salvar mi vida, la de Ricardo y la de quién sabe cuántas personas más.

Crema de peinar, una sacudida para secar un poco el pelo, un toque de perfume y de brillo en los labios, me gusta, espero que también le guste a Ricardo, si se trata de romper límites, voy a comenzar por éste.

Bajo a la sala y Ricardo se acerca con una sonrisa de triunfo

Viajamos esta tarde, a las dos nos espera un vuelo chárter en el aeropuerto

¿Un vuelo chárter? —  ¿se ganó la lotería? ¿asaltó un banco?

Si señora, un vuelo chárter ¿Cómo te parece? Hablé con Fernando Pino, un compañero de universidad que trabaja en el Instituto Nacional de Salud, ya estaba enterado, se ha declarado un estado de emergencia sanitaria, viene para acá a tomarnos muestras de sangre, vuelve al laboratorio y después llega al aeropuerto con su equipo, van a viajar con nosotros.

Gracias— por fin veo a Lucas tranquilo, no dice nada más, su expresión lo dice todo, Ricardo ha superado con creces sus expectativas y tengo que reconocer que las mías también.

Esta aventura promete ser un viaje al pasado para reencontrarme con Arturo, quiero llegar a San Pedro para absorber su recuerdo, estar en cada lugar que pisó, conocer donde pasó sus dos últimos años de vida.

 ¿Cuántos momentos que hubiéramos podido compartir nos robó la distancia? Cuando se fue,  jamás me imaginé que ese abrazo en el aeropuerto era la despedida final.

Y ahora yo, sé que tal vez voy a morir, pero no sin luchar, no sin aferrarme a la vida, no sin tratar por lo menos de exprimir cada minuto que me queda.

Cómo quisiera recuperar cada segundo tic, tac, tic, tac, que tiré sin valorar en el desagüe del tiempo, engañada por esa absurda sensación de inmortalidad, que nos roba la vida sólo a los mortales.

Para saber más acerca de El Virus Bendita Maldición puedes leer la sinopsis acá

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